Macca attacks, rescatando Recuerdos a Broad Street
Los cuatro Beatles tuvieron sus momentos en el cine, tanto en conjunto como por separado. Si John Lennon actuó en la película de Richard Lester Cómo gané la guerra, George Harrison montó su propia productora Handmade Films para producir La vida de Brian, de los Monty Python (Amén de Water o Loca juerga tropical, estupenda e infravalorada comedia protagonizada por Michael Caine con un papel estupendo de Billy Connolly), en la que aparecería como cameo, al igual que en The Rutles (Magnífica parodia capitaneada por Eric Idle y Neil Innes).
Ringo Starr fue quien más se prodigó en este terreno, actuando en Candy (con un reparto en el que estaban también Charles Aznavour, Marlon Brando, Richard Burton, James Coburn, John Huston o Walter Matthau), Si quieres ser millonario no malgastes el tiempo trabajando (junto a Peter Sellers, con apariciones de Christopher Lee, John Cleese, Raquel Welch…), Son of Dracula (junto al también músico Harry Nilssón, que fuera también compañero de juergas desenfrenadas de John Lennon), Lisztomania (film del peculiar Ken Russell, protagonizado por Roger Daltrey, vocalista de The Who, en el que Ringo encarna al Papa), o Cavernícola (donde comparte pantalla con su esposa Barbara Bach, que fuera la espía que amó a James Bond en un momento dado).
Pues bien, este fue el momento de Paul McCartney. Gusten más o menos los resultados que ofrece en sus distintos trabajos, hay que reconocer que al británico no se le puede reprochar el quedarse parado viviendo de los laureles o ser perezoso, como se decía de John Lennon para atacarlo (a lo que respondió con la magnifica canción Watching the wheels, por cierto). Recuerdos a Broad Street fue un proyecto personal de McCartney, aunque no su primer intento por adentrarse en el cine como algo más que actor. En la época en la que McCartney luchaba por dar algo que hacer a los Fab four, suya fue la idea de Magical Mistery Tour (y prácticamente la dirección, aunque se firmó de manera conjunta) y también la del documental Let it be, esta vez bajo la dirección de Michael Lindsay Hogg.
Sus intentos fueron ciertamente innovadores, como lo fueron los de otro célebre músico de la época como Serge Gainsbourg, y fueron valorados de la misma manera, es decir, bastante escasa, por más que a Gainsbourg lo reivindicara Jean-Luc Godard y a Scorsese le resultara interesante lo que planteó McCartney. Este tercer intento no obtuvo mejor resultado en lo cinematográfico, aunque una vez más la banda sonora fue otro pelotazo en la venta de los larga duración de la época.
Pero no es una película tan desdeñable esta de Recuerdos a Broad Street. Dirigida por Peter Webb, (que no tenía apenas experiencia dentro del mundo del cine pero sí algo dentro de la televisión), Paul no sólo firma el guión que protagonizará, sino que sus ensoñaciones formarán parte fundamental del desarrollo de la trama. Hay que decir que, si bien Webb hace un trabajo magnífico con la cámara (composición y movimientos están realmente muy logrados), no consigue darle el ritmo adecuado a la narración, lo que hace que las interpretaciones queden de alguna manera ”desautorizadas”. Los intentos de comedia al estilo A hard day’s night (donde Richard Lester sí logra imprimir un ritmo adecuado y un ambiente propicio) acaban por crear una cierta confusión al respecto de qué estamos viendo. No es que tenga momentos tan brillantes como en aquel notable debut de la banda en el celuloide, pero por momentos sí que parece querer transmitir algo muy parecido, sin lograrlo ni siquiera acercarse. Y eso que hay elementos prácticamente clavados, como el uso de los “representantes” con intención jocosa, el reflejo del extenuante día a día de la estrella del rock (grabaciones, entrevistas, ensayos…), y no hay que olvidar que la idea central de la película ya es tremendamente paródica.
Recuerdos a Broad Street parece reírse de aquel incidente de la grabación del Band on the run, disco en solitario para cuya grabación McCartney se desplazó a Nigeria, donde sufrió el robo de las cintas, y hasta de las letras de las canciones y sus respectivos acordes. Para esa grabación, Paul contó con George Martin, productor habitual de los discos de los Beatles, y Geoff Emerick, ingeniero de sonido en la última mitad de la carrera de los de Liverpool, desde el disco Revolver. El dato es relevante no ya sólo para mostrar la fidelidad de Macca con sus colaboradores musicales en la grabación de sus discos, sino porque tanto Martin como Emerick también tienen su aparición en la película, en un guiño que los beatlemaníacos de pura cepa deben reconocer y apreciar, pues mucho hicieron esas dos personas por la banda.
Quien también aparece en Recuerdos a Broad Street, y se agradece, es el inefable Ringo Starr, quien además protagoniza un gag que parece reírse de la fama de autoritario de Paul. El bajista hace buscar a un contrariado Ringo unas escobillas para que las use en su interpretación en lugar de las habituales baquetas. Cuando finalmente encuentra las dichosas escobillas, la canción que debía acompañar con las escobillas ha terminado, así que continúa con las habituales baquetas. Un detalle encantador para los fans volver a ver juntos a los dos zurdos de los Beatles.
Acompañando a ambos, encontramos a sus esposas, si bien Bárbara Bach tiene un papel mucho más activo de Linda McCartney, que ejerce de mera figurante con un par de frases irrelevantes. En el resto del reparto destacan Bryan Brown y una Tracey Ullman que tampoco hubiera sobrado en alguno de los números musicales de la película, como bien queda patente en la interpretación de Breakaway.
Dejando de lado algunos estilismos bastante cuestionables (aunque la aparición de la camiseta de Motorhead es para aplaudir), Recuerdos a Broad Street tiene una selección de escenarios verdaderamente notable, si bien el punto fuerte son las interpretaciones de los éxitos de McCartney, tanto con los Beatles, como en Wings o absolutamente en solitario. Aunque el momento en el que toma el té con un mono también está bien.
Y Eleanor Rigby da paso al que es quizá el momento cinematográfico más brillante de Recuerdos a Broad Street, la ensoñación de McCartney ambientada en la época victoriana, en la que pasamos de una tranquila velada campestre a un oscuro y sórdido ambiente propio del Whitchapel de Jack el destripador. Sin diálogo alguno, la película cuenta con ese pequeño cortometraje lleno de vigor y que es muy destacable, por más que interrumpa el desarrollo de la trama. Merece la pena volver a ver ese fragmento después del primer visionado de la película, de manera independiente.
Hemos tenido que esperar hasta su cameo en la saga de Piratas del Caribe para volver a ver a McCartney en el cine en algo que no sea un documental, y si bien no podemos defender esta Recuerdos a Broad Street como una gran película, sí podemos decir que es un interesante documento no ya sólo para los fans de los Beatles, sino también para aquellos que tengan algún grado de melomanía, la suficiente para disfrutar de la parte del metraje en la que se muestran algunos elementos de cómo se realizaban las grabaciones analógicas, y de las interpretaciones de algunos temas que son ya clásicos de la música popular de finales del siglo pasado.