Santa Claus is coming to the eighties
Pareciera que Alexander Salkind, productor de la saga de Superman protagonizada por Christopher Reeve, se aficionó a eso de hacer películas sobre el asunto ese de volar por los aires y después de Supergirl, se embarcó en este proyecto para hacer una película de Santa Claus, que al parecer tuvo bastantes directores optando al puesto. El primero, John Carpenter, que entre las muchas parcelas en las que quiso meter baza, estaba la de meter en el rojo disfraz a Brian Dennehy.
Szwarc se hizo con el puesto por su trabajo en Supergirl (que tampoco contó con el favor del respetable), y cuentan que Dudley Moore, actor muy en boga en esos momentos, consiguió su papel de elfo a raíz de la escena de su película Arthur en la que Liza Minelli le pregunta a Moore si es el ayudante de Santa Claus.
Sea como fuere, Santa Claus: la película, que también contaba con banda sonora de Henry Mancini, pinchó estrepitosamente en taquilla, y tampoco gozó del favor de la crítica, como ya sucediera con Supergirl. La mucha inversión realizada lastró aún más la producción, acrecentando su sensación de fracaso.
Lo cierto es que viéndolo con perspectiva, tampoco merece un trato tan despiadado. Cabe reprocharle la excesiva duración para un argumento tan claramente infantil (una de las dos cosas está fuera de lugar, pues se acerca peligrosamente a las dos horas), que algunos “interludios musicales” se limitan a ser meros barridos por el decorado, o una notable diferencia entre las dos partes que, podemos considerar, dividen la película.
Así mismo es más que destacable la dirección artística y el vestuario (con guiño incluido). El taller donde fabrican los juguetes, las dependencias donde habitan tanto elfos como Santa Claus y su esposa Anya… Conforman un panorama visual verdaderamente espectacular. Sucede también que ese primer impacto visual agrava el declive cuando la película intenta acercarse al terreno del realismo en esa segunda mitad de la película en la que la trama de Dudley Moore y John Lithgow cobra importancia, mucho menos “resultona”.
Esa notable primera mitad nos presenta a Claus, un carpintero al que le gusta tallar la madera, capaz de cruzar tempestades de nieve para llevar sus figuritas a los niños en navidad para que jueguen, sin faltar ningún año a su cita. Por esa bondad y abnegación, resulta ser el elegido de una antigua profecía, que no es difícil de deducir en qué consiste.
Mientras que este relato de los orígenes de Santa Claus resulta bastante encantador, la segunda parte, ambientada en los tiempos en los que se realizó la producción no sólo pierde misticismo sino que tampoco llega a tener una trama central con fuerza (otra vez la obsesión de Salkind por volar). Hay algunos apuntes argumentales que no llegan a desarrollarse, como cuestiones referidas al matrimonio de Santa Claus, o lo que podría parecer una disyuntiva entre la tradición y la artesanía y la modernidad, con sus sistemas de producción, pero tampoco llega a plantear nada al respecto que pueda llevar a ningún tipo de debate.
Como sucede a tantas películas que en su momento fueron pioneras en innovaciones tecnológicas, lo cierto es que Santa Claus: la película ha quedado un tanto desfasada, lo que en este caso principalmente consigue acentuar el ya de por si marcado carácter infantil de la película.