El Cinema Camp que aguardaba a Zamora en esta tercera semana de julio se presentaba con novedades en todas las líneas: Profesores, monitores y por supuesto, alumnos. La reunión de los profesores nos tuvo en vilo casi hasta el final, aunque se pudo completar el plantel debidamente y hay que decir que con éxito.
Nos plantamos en Zamora, a las puertas de la residencia doña Urraca un 17 de julio para empezar el campamento de menores, con alrededor de sesenta alumnos distribuidos en cinco grupos, con un horario sin resquicio al descanso. Descargar, comer y al poco arrancábamos las clases para empezar con la sesión intensiva de producción cinematográfica. Dijo una vez un señor que sabía bastante de este asunto que para dedicarse al cine hacía falta tener mucha salud, así que, si no eres capaz de resistir esta semana…
Y empezamos las clases y las fases de la producción. Los veteranos debían mostrar galones y se les exigió un trabajo extra. Los noveles superaban el miedo inicial y sacaban adelante proyectos bastante complicados en tiempo record. Muchos mostraban habilidades especiales, como la de saber utilizar la voz de manera peculiar, la de tocar instrumentos musicales o la de ir dejándose cosas por todo el albergue o incluso en tiendas circundantes. Al llegar la noche, para relajarnos tras la jornada de trabajo, los monitores, esos duros e infatigables vigilantes encargados de mantener la paz y las buenas costumbres, mostraban su cara más amable y nos preparaban una serie de juegos que, además, nos hacían estrechar lazos y conocernos y tratarnos un poco mejor. Y para cerrar cada noche, buzón, para confesiones delicadas o mensajes a la concurrencia.
Se fueron desgranando los días, los proyectos terminaban y llegó la última noche. Reto cinéfilo entre organizador del campamento y alumno veterano que se saldó a favor del adulto por un pírrico medio punto. La «coronación» del ganador dio lugar a una serie de improvisadas actuaciones musicales e incluso poéticas, y después a un frenético karaoke, idea de última hora, pero que salió como si hubiera estado pensado. El sábado por la mañana, el momento de la verdad. Hora de que los trabajos vieran la luz, en presencia de los padres que quisieron acompañarnos en ese momento. Una sorpresa detrás de otra que pronto pasó a un reparto de besos, abrazos y demás muestras de afecto entre aquellos que habíamos convivido durante una semana y compartido una experiencia intensa y espléndida en grado superlativo. Tras la foto final, o las varias versiones de la misma, cada uno emprendió el camino de vuelta, citado a volver a encontrarse con aquellos de los que acababa de despedirse, y esperamos que con un poquito más de alegría y emoción por el cine que cuando empezó el campamento, que, si hacemos caso al gran Alfred Hitchcock, el cine no es un trozo de vida, sino un pedazo de pastel.
Y para terminar, queda esta maravillosa canción con la que nos sorprendieron en la gala de clausura los alumnos más veteranos (repetidores por tercer año) a los profesores y monitores. Toda una belleza que refleja el buen rollo que reina en el campamento.
Y aquí la réplica, la versión de la canción por parte de Raúl Melero, servidor que también se ha currado un emotivo montaje con videos y fotos del campamento.