El golfo que vio una estrella y el resto que vimos una película encantadora
Ignacio F. Iquino es una figura peculiar dentro del cine español. Aparte de director, fue guionista y productor, aunque no todo lo firmó con su nombre, pues se amparó bajo varios pseudónimos. Si bien los inicios de su carrera se consideran muy destacados, el resto presenta un panorama un tanto desigual, aunque desde luego a juzgar por los muy diversos palos que tocó, no podemos decir que esté en absoluto carente de interés, como es el caso de la obra que aquí nos ocupa, El golfo que vio una estrella.
El golfo que vio una estrella se asienta sobre todo en el desparpajo del joven actor conquense José Moratalla, de apenas trece o catorce años cuando se rodó la película. Moratalla, que falleció en 1988, se consagró a partir de los años sesenta en el doblaje, interpretando al Superagente 86, a Woody Allen en Toma el dinero y corre y Casino Royale (1967), a Mickey Rooney, Álvaro Vitali (aunque no en Amarcord, de Fellini, sino más bien en las de Jaimito, si bien sí participó en el doblaje de la mítica película), a Lino Ventura en Los amantes de Montparnasse, al Monty Python Michael Palin en Historias para reír, a Tito Valverde en La guerra de papá (sí, así es), y también interpretó a un actor de doblaje en La ley del deseo, de Pedro Almodovar. Fue una carrera larga y prolífica la suya.
Verdaderamente notable el desparpajo del muchacho, que soporta el peso del filme y le da gracia y ternura en alto grado cada vez que se necesita. Aunque cabe decir que ver a un niño tan pequeño fumar y montar en tranvía exponiéndose de esa manera hace que la película no pueda ser considerada del todo “para todos los públicos”.
No está solo Moratalla, sino que cuenta con el apoyo de un buen guión, firmado por Iquino y Juan Lladó (basado en una historia de Manuel Bengoa (guionista con alguna que otra colaboración con Iquino, como en Brigada criminal, aunque no en su versión de El difunto es un vivo, por cierto). Lleno de humor desde los créditos, el guión pone en boca de vivaz niño una serie de réplicas muy ingeniosas, que hacen de esta “modernización” de la tradicional picaresca una obra muy viva y dinámica.
Y como bien dicen los originales créditos, está Moratalla bien secundado en sus peripecias por una serie de buenos actores. Porque un recién nacido al que recoge un sereno y cuida desde niño, necesita alguna colaboración para ayudar a los nietos de su padrino a encontrar un sello para echar una carta a Dios al correo, en la que piden ayuda para su madre, que está muy enferma (como sucediera en De ilusión también se vive, está claro que el correo va a cobrar una enorme importancia en el desarrollo de la trama).
No encuentra la ayuda en José Sazatornil “Saza” (celebérrimo actor en películas tales como Amanece que no es poco, de José Luis Cuerda, La escopeta nacional, de Luis García Berlanga, Espérame en el cielo, de Antonio Mercero) pero sí en Miguel Gila, el popularísimo y celebrado cómico que, si bien no tuvo una trayectoria muy larga y exitosa en el cine (aunque si se le vio en recordadas producciones como Viva lo imposible, de Rafael Gil, ¿Dónde pongo este muerto?, de Pedro Luis Ramírez, con Fernando Fernán Gómez, o Mi tío Jacinto, de Ladislao Vadja, y repitió con Iquino en Goodbye, Sevilla y en Cinco pistolas de Texas).
La “redención final” del golfillo sucede en los términos habituales, los esperados para la época, si bien no deja de haber un mensaje de solidaridad que queda un tanto camuflado por el tema religioso, pero que resulta más que evidente. Y es que la lucha por la vida está más que presente a lo largo del metraje, realmente mucho más que el tema de la carta a Dios, el día de Reyes y demás cuestiones relacionadas, pero contado con enorme ingenio y compasión.